La Leyenda de la Magdalena: ¿Que hay de verdad?
Por Jose Antonio Sánchez Prieto
(Prólogo-Intrtóducción histórica del libro LA LEYENDA DE LA MAGDALENA DE PASARÓN DE LA VERA)
Con el estudio de la arqueología y antropología, los investigadores han descubierto que muchas leyendas y mitos, contados de generación en generación, encierran una parte de verdad. Así, muchos mitos que hasta hace poco no dudábamos que eran tales, como la Atlántida de Platón, la Guerra de Troya cantada por Homero en su Iliada o la leyenda de la fundación de Roma por Rómulo y Remo, por poner unos ejemplos de los más significativos, ya son menos leyenda al ir saliendo a la luz las pruebas de que, en lo esencial, han podido ser realidad.
Dice Santos Bozal Casado en su libro “El toro de Viandar” que “los veratos tienen una fantasía prodigiosa, pues aquí la imaginación suple a la experiencia”. Leyendas como esa de Viandar o la Serrana de la Vera de Garganta, el Peropalo de Vlllanueva, el Judas de Torremenga, el Boo de Pasaron o su homólogo el Jarramplas de Piornal pueden ser catalogados como ritos y catarsis colectiva de la España mágica.
Sin embargo, la leyenda de la Magdalena que aquí traemos no pertenece a la categoría de las anteriores, ya que podríamos considerarla como “histórica” aunque a ella se le hayan añadido habitualmente elementos que no lo son. Así, en el siglo XIX, D. Leandro Herrero recogió parte de esa tradición oral y compuso una de las novelas más románticas que se han escrito en estas tierras extremeñas, “El monje del Monasterio de Yuste”, cuyos protagonistas son la nieta del señor de Pasaron y Jeromín, el rubio doncel imperial con quien, andando el tiempo, habrían de soñar todas las mujeres de Europa. Aunque, a pesar de su encanto lírico indiscutible, la obra entra en absoluta contradicción con la verdad histórica.
De ahí que el propósito de los autores de esta adaptación teatral, Luis Guridi y Álvaro López Quintana, fue desde un principio documentarse históricamente y tratar de que la nueva versión se ajustara lo máximo posible a la verdad histórica, lo que hay que agradecer, pues de esta forma la leyenda hunde sus raíces en hechos tangibles y probables, y vuelve a situar lo acontecido en el lugar que le corresponde, no dejando ninguna duda de que si hubo verdad en la leyenda, esa sucedió en el palacio de los condes de Osorno de Pasarón de La Vera en el verano de 1558.
Nuestro propósito es también acercarnos a esta parte verosímil de la leyenda y rastrear los elementos y pruebas que puedan fundamentarla históricamente. Vayamos por partes:
1º.- La familia
de los Manrique de Lara en sus dos vertientes estuvieron siempre al lado
del Emperador; en especial, D.
Garci-Fernández Manrique de Lara, III conde de Osorno, empezando por la
guerra de las Comunidades y luego dedicando toda su vida en la corte a servirle
en los muchos y altos cargos que ejerció. También su esposa María de Luna, en su caso al servicio
de la Emperatriz. Pues bien, a partir de 1531, ambos comienzan la construcción de un bello palacio renacentista en Pasarón de La Vera para gozar en su
retiro de las bondades de estos parajes veratos, inundados sus montes y laderas de frondosos castaños cuyo fruto era el principal recurso de sus habitantes. Este matrimonio será fundamental para explicar la presencia posterior del Emperador en estas tierras, aunque mueren antes del retiro del Emperador. Posteriormente serán sus hijos, D. Pedro, antiguo capitán de la guardia personal del Emperador, convertido ahora en el IV Conde de Osorno, y D. Alonso, que viajó constantemente con el séquito del Emperador como maestresala y que reside ahora en el palacio de Pasarón para seguir ofreciéndole sus servicios a pesar de que, una vez llegado a Yuste, el emperador licencia a casi todos ellos. Allí en el palacio de Pasarón pasarían los veranos, huyendo del calor meseteño, su numerosa prole y probablemente también su sobrina Magdalena, protagonista de nuestra historia, cuya madre, de igual nombre, se había criado con ellos como una hija más al morir su padre antes de ella nacer.
Y tirando del árbol de nuestra Magdalena, los archivos genealógicos revelan a su padre: Don Alvar Pérez de Ossorio IV Señor de Villacis, (Alvar de Osorio en la leyenda), con escasos datos relativos a su vida, pero los pocos que aparecen recuerdan que este caballero fue conocido con el sobrenombre de “El gran justador” por su destreza con las armas en los torneos, y conocido también por la demanda que en 1525 puso contra su propio padre D. Álvaro Pérez Ossorio, II señor de Villacís y Cervantes, que fue uno de los cuatro mayordomos mayores de Carlos V. Estos datos, aunque escasos, tienen relevancia suficiente para que los autores de esta versión imaginen a un personaje temido y con el que nadie podía desear verse en una afrenta. Importante circunstancia para la construcción del enredo.
2º.- Ya tenemos, pues, localizada familiar e históricamente a Magdalena. Nos queda saber algo más del otro protagonista: Jeromín. Sabemos que en el verano de 1558 el Emperador pide a su mayordomo D. Luis Quijada que se traiga consigo de su villa de Villagarcia, en Valladolid, a su esposa doña Magdalena de Ulloa y a su pupilo Jeromín, quedándose los tres en Cuacos en una modesta casa que hoy conserva este pueblo.
Sin embargo, no sabemos con certeza el año de su nacimiento,
que es esencial para la viabilidad de la leyenda, pues, mientras unos
historiadores apuntan a febrero de 1545, otros lo retrasan a 1547, dos años más
tarde. Existen evidencias indirectas para inclinarse por 1545 y no en 1547,
entre ellas que, una vez instalado en Leganés desde 1550, fuese a pie a la
escuela en Getafe, a 4 kilómetros de Leganés con tan corta edad. Por otra
parte, que, una vez instalado en la
Corte y convertido ya Jeromín en D. Juan de Austria, fuese enviado a estudiar a
Alcalá de Henares juntamente con su sobrino el príncipe D. Carlos y su primo Alejandro Farnesio, nacidos ambos
también en este año de 1545 y encargándole el rey Felipe II la custodia o
vigilancia del príncipe por sus comportamientos excéntricos. Es difícil entender
que se encomendara la custodia a una persona dos años más pequeña. Hay otras
evidencias como el retrato que hace de él Sánchez Coello en 1562 que se
conserva en las Descalzas Reales, que nos presenta a un joven apuesto y de
presencia varonil difícil de entender en un adolescente de apenas catorce años.
Así como también el hecho de encomendarle el rey sofocar
la rebelión de las Alpujarras en 1568 a una edad
muy temprana para tomar tan difíciles decisiones y luego otorgarle, tres años más tarde, nada más y nada menos que el puesto de capitán general en Lepanto en 1571. Creemos igualmente que la biografía oficial más fiable sobre D. Juan de Austria es la de Vander Hammer, por haber sido escrita a los pocos años de su muerte. El autor que asegura “asisto, vivo y me crié en la corte y con relaciones ciertas”, señala que Jeromín nació en 1545, especificando además lugar, día y hora del nacimiento. Tendría, pues, el joven Austria en el verano de 1558 sobre trece primaveras, aunque su gallarda presencia hacían plenamente varonil su adolescencia. Así se expresa D. Luis Quijada en 1559: “La persona que está a mi cargo se halla con salud y a mi parecer va creciendo y está de harta buena disposición para la edad que tiene”.
3º.- La otra persona que sirve de nexo de unión entre ambos protagonistas de la leyenda creemos que es otro hombre de armas, D. Luis de Ávila y Zúñiga, marqués consorte de Mirabel, que se queda en su palacio de Plasencia una vez abdicado el Emperador, al cual visita asiduamente en Yuste. Gozó siempre de la absoluta confianza de Carlos V hasta el punto que Carlos habla de él como “testigo de mis pensamientos“ (y “secretos”, añado de mi cosecha, pues seguramente se trata de uno de los pocos conocedores de la ascendencia de Jeromín). Sabemos que ambos, D. Luis y Jeromín, a pesar de la diferencia de edad, entablaron en Yuste una buena relación, bien por propia iniciativa de D. Luis de Ávila o por consejo del Emperador para tener cercano a su hijo. Su padre adoptivo, D. Luis Quijada, estaba dedicado plenamente al servicio del Emperador como mayordomo real, sin la posibilidad de dedicarle el tiempo necesario, labor que haría gustoso D. Luis de Ávila, que era un hombre del Renacimiento como Garcilaso de la Vega, “que lo mismo manejaban lo pluma que la espada'”. Se sabe que, aparte de historiador, era poeta y de trato amable. La prueba de esta amistad que se fraguó entre ambos la tenemos en una carta que, ya adulto, le escribe D. Juan de Austria a D. Luis de Ávila recordándole “lo bien que se lo pasaron ambos en Yuste”. Este dato lo consideramos esencial para comprender el desarrollo de la leyenda.
D. Luis de Ávila acompañaría a Jeromín a visitar a los nobles más cercanos a Yuste, como a su compañero de armas D. Alonso en Pasarón, pues ambos habían dedicado su vida íntegramente al servicio del Emperador y, por tanto, habían pasado juntos gran parte de su existencia activa. Y en su palacio de Pasarón conocería Jeromín a la numerosa prole de chicos y chicas que componían la familia de D. Alonso, entre los cuales se encontraría posiblemente nuestra Magdalena. De la amistad que existía entre D. Luis y D. Alonso y su hermano Pedro, por si hubiera alguna duda, tenemos a la vista una prueba tangible en una ara romana que hay en el pensil del palacio de Mirabel en Plasencia, tal vez la más hermosa de las muchas que hay, ya que está adornada con el relieve de un niño abrazado a una oca, con caracteres griegos y latinos, y en cuya parte posterior, grabado en castellano, se especifica que es un regalo que le ha hecho el Conde de Osorno, conocedor éste de las cultas aficiones de D. Luis.
Ya tenemos, pues, a Jeromín relacionado a través de D. Luis con la
familia de los Manrique
de Lara en Pasarón y de ahí que sea muy verosímil que entre el muchacho y nuestra Magdalena brotase el amor; claro está, uno de esos amores adolescentes, feroces y fugaces cuando el instinto empieza a despertar. La elevación de Jeromín, una vez muerto el Emperador, a miembro de la familia real, otorgándosele honores dignos de un infante y, a partir de ahí, la encomienda de altas misiones guerreras, terminarían por apagar cualquier recuerdo amoroso. Su galanura y éxitos guerreros le convirtieron en el hombre más deseado de Europa y se le conocen múltiples relaciones amorosas. Por otro lado, nuestra pobre Magdalena terminaría sus días de monja en el monasterio de Santa Clara de Cuenca de Campos, por cierto muy cercano a Villagarcía, la residencia de la otra Magdalena, a la que D. Juan siempre consideró su verdadera madre y a la que parece ser que nombró en su lecho de muerte al expirar. Nosotros creemos esto, pero si la leyenda es cierta y por aquello de que el primer amor no se olvida, nos asalta la duda de si la Magdalena que nombraba D. Juan al morir era su primer amor.
D. José Antonio Sánchez Prieto
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