Pasaroniegas, mujeres conocidas en nuestro entorno pero no suficientemente reconocidas ni valoradas. Relegadas a un segundo plano, ocultadas y censuradas por el patriarcado, sus rostros nos obligan a enfocar tiempo y espacios, dentro y fuera de casa. Días y noches interminables, años de cuidados y crianzas destinados a la familia, jornadas de duro trabajo en el campo o de realización de tareas invisibles pero imprescindibles.
Soportaron tiempos difíciles, sin derechos, sin libertades, sin independencia económica, sin capacidad para tomar decisiones; atrapadas en silencios, alzan hoy justamente su voz para ser recordadas y respetadas.
El origen a los encierros fue el traslado de los toros desde el campo hasta la plaza. Nace, por tanto, de la necesidad de llevar a los animales desde el campo hasta la plaza. Según me comentaba mi abuela Margarita, torera donde las hubiera y primera mujer que pidió la Plaza en Pasarón acompañando a su padre, Braulio, el encierro se hacía a primera hora de la mañana. El toro se guardaba en la Cárcel que estaba ubicada en la planta baja del Ayuntamiento y las vacas se guardaban en la calle que baja desde la Plaza a la Calle Larga (Real), en el desancho de la puerta de Félix “Mono”.
Aunque no siempre fue así. Como ya he referido hace tiempo la primera noticia sobre los toros en Pasarón aparece en la Ordenanzas de 1565 y dice así “Toro Yten q el carniçero q fuere en esta villa sea obligado de dar el alegria de un toro el dia de señor San Salvador q es la vocacion de esta villa de su Iglesia y a de ser bueno de quatro años arriba, cojudo, el ql a de dar ençerrado en el toril en puniendosse el sol la vispera de San Salvador o una hora despues ( ….) y ql Conçejo sea obligado a comer el dicho toro (…).
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