Dice así una copla de Garcibuey “Sr Cura, Sr Alcalde si no hay toro, tampoco hay baile, tampoco hay baile, tampoco hay misa porque los mozos no la precisan”.
Y es que no existe otro acontecimiento o causa que movilice tanto al pueblo, y acerca del cual haya tanto consenso. Porque las fiestas taurinas del Salvador son algo más que eso, son un sentimiento del pueblo, una tradición tan arraigada que se puede constatar cuando hablas con cualquier pasaroniego, se ve en los ojos, en el entusiasmo con que hablan de la fiesta y en su defensa a ultranza… se les puede privar de todo, o casi todo pero no de sus Salvadores.
No obstante la idiosincrasia de la fiesta ha ido variando poco a poco a lo largo de los años, se ha ido “modificando”, por así decirlo, partiendo de unas estructuras más populares, a otras más institucionalizadas, donde prima cada vez más el individualismo y el poder organizativo del Ayuntamiento en detrimento del pueblo y de su estructura humana más representativas: Los Encabezados.
Fotografías cedidas por D. Mariano Pizarro.
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