Hoy quiero recordar a DOÑA MARÍA LUENGO BLÁZQUEZ, mujer a la que todos hemos acudido con algún que otro problema óseo o muscular.
Nació el día 20 de mayo de 1924 en el número 15 de la Calle Los Serranos.
Se caso el 13 de noviembre de 1945 con Valentín García López y tuvieron seis hijos: los mellizos Aniceto y Aniceta, Valentín ( estos tres murieron a los tres años de lo que llamaban “cólico misere”), Juan, Luz Divina y Valentín.
Tía María nació con dos dones especiales, el aliviar nuestros dolores óseos o musculares y el de la bondad.
Fue la huesera o “algebristas” de los pasaroniegos (álgebra en árabe tenía también la acepción medico-quirúrgica de “Arte de reponer en su lugar los huesos dislocados”).
Durante muchos años, para tratar malestares relacionados con el sistema musculo-esquelético, torceduras o dislocaciones de los huesos, los vecinos de Pasarón y pueblos limítrofes estuvieron en manos de esta gran mujer. Era la persona que alivió y mejoró nuestro sistema locomotor gracias a la aplicación de fricciones, estiramientos tendinomusculares y una buena dosis de bondad y altruismo. La falta de recursos para sostener los gastos médicos que nos afectaban contribuyó a que esta metodología de atención a nuestra salud se utilizara como eficaz recurso.
Recuerdo que para acomodar un hueso dislocado o una torcedura acudíamos a su casa y, sin pereza alguna, dejaba lo que estuviera haciendo para atendernos. Recurría al masaje y la “friega” para localizar el hueso dislocado. Una vez efectuada la exploración y para facilitar la colocación exacta del hueso nos aplicaba aceite de oliva y con las yemas de los dedos nos “componía” el hueso.
Creo que sus manos eran un simple instrumento y la bondad de su corazón hacían el resto.
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